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La historia de España en 100 preguntas

La historia de España en 100 preguntas

Luis E. Íñigo Fernández

 

Verlag Nowtilus - Tombooktu, 2018

ISBN 9788499679808 , 352 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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8,99 EUR

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La historia de España en 100 preguntas


 

De la prehistoria a la Antigüedad


1

¿ERA ESPAÑOL EL EUROPEO MÁS ANTIGUO QUE SE CONOCEPOR AHORA?


La presencia del ser humano en la península ibérica, al menos por lo que hasta ahora sabemos, se remonta más de un millón doscientos mil años en el pasado, fecha en la que parece que un lejano ancestro de nuestra especie daba sus primeros y vacilantes pasos por las tierras de Europa. De lo que sí podemos estar seguros es que su aspecto físico era más moderno de lo que cabe esperar por su antigüedad. Poseía ya un gran cerebro, cercano a los mil centímetros cúbicos, el equivalente a un litro. Su cara, menos plana que la de sus padres y abuelos africanos y con una mandíbula menos prominente, lo dotaba, sin duda, de una expresión más humana. Y, sin embargo, la cultura y la tecnología de este antepasado nuestro no eran muy distintas de las de sus predecesores. Incapaz todavía de fabricar bifaces, las famosas hachas de piedra de la prehistoria, tenía que contentarse con golpear unas cuantas veces un humilde canto rodado arrebatado a un río o un olvidado fragmento de sílex fruto de la erosión natural para obtener de ellos un filo cortante. La forma de estas toscas herramientas era todavía caprichosa y muy corta la secuencia de golpes encadenados en su fabricación. Y no parece tampoco que entre aquellos humanos primitivos pudiera hallarse algún lejano antecesor de Miguel Ángel, capaz de descubrir oculta en la rudeza de un bloque de mármol la imponente presencia de un David paleolítico o la tierna belleza de una Piedad de la Edad de Piedra.

Su existencia, por otra parte, tampoco debía de ser sencilla. Dotados con tan pobre utillaje, recorrían aquellos hombres los valles de los ríos recogiendo frutos y bayas, disputando alguna carroña a los buitres o cazando pequeñas presas. Arrastraban su alimento hacia oscuras y protectoras cuevas y lo devoraban allí al abrigo de depredadores más fuertes y osados. O eran ellos mismos, víctimas irremediables de las leyes de la naturaleza, quienes nutrían en su cómplice oscuridad a sus competidores salvajes, salpicando de huesos abandonados a los ávidos ojos del paleontólogo el suelo de las cavernas, casi siempre su hogar, muchas veces su refugio, a menudo su tumba.

El nombre de este lejano antepasado nuestro, escogido con toda intención por sus descubridores, los paleontólogos españoles Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro, que lo definieron como especie en 1997, es Homo antecesor, el ‘hombre anterior’; el lugar donde se hallaron sus primeros restos, la Gran Dolina, en la burgalesa sierra de Atapuerca, es uno de los yacimientos paleontológicos más ricos de todo el continente europeo; su edad, por lo que entonces se sabía, 800 000 años.

¿Pero fue el Homo antecessor de la Gran Dolina el primer poblador de la Europa prehistórica? Se trata de una cuestión que se encuentra sometida a debate, al igual que lo está su exacta ubicación en el árbol evolutivo de la humanidad prehistórica. Si en un primer momento se pensó, o así lo defendieron con ahínco sus descubridores, que la nueva especie era nada menos que el ancestro africano común de neandertales y sapiens, se piensa ahora que tal honor corresponde a Homo heidelbergensis, una especie también de origen africano, resultado de la evolución de Homo ergaster, que siguió desarrollándose en su hogar natal hasta convertirse en Homo sapiens, mientras en Europa, quizá obligado por el clima frío, los inviernos largos, los días cortos y la comida escasa, daba lugar al Homo neanderthalensis. El Homo antecessor sería, de este modo, un descendiente de Homo erectus, la forma asiática de Homo ergaster, llegado a tierras europeas desde el este, el cual, sin descendencia conocida, terminaría por convertirse, como tantas otras especies, en una vía muerta de la evolución.

Reconstrucción facial de Homo antecessor. De acuerdo con sus descubridores, este ancestro nuestro podría ser el antepasado común de neandertales y sapiens. No obstante, dicha hipótesis apenas cuenta con defensores en la actualidad. Imagen Wikimedia Commons.

La otra cuestión, sin embargo, sigue abierta. Los restos más antiguos de Homo antecessor, hallados en 2008 en la Sima del Elefante de Atapuerca, cuatrocientos mil años más antiguos que los de la Gran Dolina, parecen ser también los más antiguos hallados en Europa. Eso, claro, en el caso de que se confirme su adscripción a dicha especie, hecho no tan evidente a juzgar por la opinión de algunos expertos que prefieren abstenerse aún de afirmarlo con rotundidad, por lo que proponen su asignación provisional a una especie inédita que, por su ubicación en España, sugieren designar con el original nombre de «especie ñ». Y los descubrimientos no cesan. En 2013 se halló también en la Sima del Elefante un fragmento de cuchillo de sílex que parece datar de hace 1,3 millones de años y en 2014 un nuevo fragmento de edad similar. Pero la lógica no puede dejar de imponerse. La península ibérica es la tierra más occidental del continente europeo. Si su población se inició como resultado final de lentas migraciones de grupos humanos procedentes de Asia, los europeos más antiguos debieron de ser los que se asentaron en sus comarcas más orientales y no a la inversa. No pudieron ser españoles, sino seguramente rusos, ucranianos, o quizá polacos, los europeos más antiguos.

2

¿FUE UNA CUEVA ESPAÑOLA EL LUGAR DONDE ARDIÓ EL ÚLTIMO FUEGO DE LOS NEANDERTALES?


Antes, pensemos en el Homo heidelbergensis y el mundo que encontró a su llegada a Europa. El que es nuestro hogar era entonces, en plena Edad del Hielo, un lugar inhóspito y exigente, de inviernos largos, días cortos y escasas y tímidas plantas que se dejaban recolectar solo durante unos pocos meses al año. Aquel páramo helado solo ofrecía una fuente más o menos segura de alimentos: la carne. Por ello, el Homo heidelbergensis no tuvo otra alternativa que la de convertirse en un experto cazador. Diseñó mortíferas jabalinas, desarrolló complejas tácticas de acoso a las presas y selló con más fuerza, en torno al fuego de sus cuevas, una cohesión social que le permitió sobrevivir en un entorno tan adverso. Su vida había comenzado a cambiar; pronto lo harían también su cuerpo y su mente. En África, donde se habían quedado los más afortunados, el pasar de las generaciones y el caprichoso azar de las mutaciones genéticas los convirtió en una nueva especie, más inteligente, esbelta y grácil: el Homo sapiens; en Europa, el frío pertinaz de las glaciaciones hizo de ellos esos individuos achaparrados y corpulentos, de potentes músculos y robustos huesos, que conocemos como neandertales.

Pasaron centenares de milenios sin que las dos especies hermanas llegaran siquiera a conocerse. Los neandertales se erigieron en señores incontestables de una Europa glacial a la que se hallaban perfectamente adaptados. Su nariz, ancha y prominente, les permitía atemperar el aire frío antes de introducirlo en sus pulmones, previniendo así las afecciones respiratorias. Sus dientes, en especial sus fuertes incisivos, arrancaban sin esfuerzo los pedazos de carne que les aseguraban la energía necesaria para mantener calientes sus grandes cuerpos en un ambiente casi siempre gélido. Su fuerza física, su gran cerebro y su notable capacidad para la elaboración de eficaces instrumentos líticos hacían de ellos expertos y letales cazadores. Sus fuertes lazos sociales, su sensibilidad hacia los enfermos y los impedidos, y las trascendentes preguntas que sin duda brotaban en la intimidad de su espíritu acerca del sentido de la vida y la cruel seguridad de la muerte los convertían en seres que merecían el apelativo de humanos al menos tanto, o quizá tan poco, como lo merecemos nosotros mismos. Aunque su extrema dureza les impusiera en ocasiones temporadas de escasez que han dejado terribles huellas en sus restos fósiles, ninguna amenaza parecía capaz de perturbar su perfecto dominio del medio en el que habitaban.

Sin embargo, no fue así. El rival que terminaría por desplazar a los neandertales del escenario de la historia crecía en silencio en las cálidas tierras del sur. En África, el Homo sapiens, que se había mantenido hasta entonces confinado en su hogar originario, comenzó a moverse. Unos 50000 años antes del presente, nuestros remotos antepasados dieron principio a la conquista del mundo. Poco a poco, en una marcha lenta pero continua, nutridas oleadas procedentes de África penetraron en Europa por tierra, a través del Cáucaso. Los antiguos dueños del continente, en el que habían vivido solos por completo durante más de cuatrocientos mil años, se toparon de repente con seres a un tiempo semejantes y distintos, y enseguida dedujeron que en los profundos ojos de aquellos sujetos altos, delgados y de extrañas cabezas brillaba una inteligencia al menos tan poderosa como la suya.

Durante doce mil años, ambas especies convivieron. A lo...