Suchen und Finden

Titel

Autor

Inhaltsverzeichnis

Nur ebooks mit Firmenlizenz anzeigen:

 

Breve historia del arte Neoclásico

Breve historia del arte Neoclásico

Carlos Javier Taranilla de la Varga

 

Verlag Nowtilus - Tombooktu, 2019

ISBN 9788413050195 , 352 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

Geräte

8,99 EUR

Mehr zum Inhalt

Breve historia del arte Neoclásico


 

Introducción. El Neoclasicismo


La finalidad de todo hombre honesto que coge la pluma, la paleta o el cincel es hacer atractiva la virtud y ridículo y ocioso el vicio.

Diderot

El Neoclasicismo o nuevo clasicismo fue un movimiento cultural que se impuso entre mediados del siglo XVIII y el primer tercio del XIX merced a varios factores: ideológicos, como la influencia de las ideas ilustradas y el triunfo de la razón; estéticos, como la reacción frente al recargamiento decorativo del arte rococó; y de índole social, como el impacto que produjeron las excavaciones arqueológicas de las antiguas ciudades romanas de Pompeya y Herculano, sepultadas —con otras como Stabia— por la erupción del volcán Vesubio, el 24 de agosto del año 79 d. C., y redescubiertas el 11 de diciembre de 1738, la segunda, y en 1748, la primera, por el equipo del ingeniero militar zaragozano Roque Joaquín de Alcubierre, que trabajaba por encargo del rey Carlos VII de Nápoles y Sicilia, futuro Carlos III de España. El entusiasmo ante los hallazgos fue tal que en otros lugares de Italia y no pocas partes de Europa —Granada, sin ir más lejos— se procedió a realizar excavaciones por doquier con el ánimo de hallar restos de un pasado grandioso, lo que dio lugar a la falsificación de yacimientos arqueológicos.

Poco después se produjo el descubrimiento del templo de Paestum, construido en un estilo dórico arcaico hasta entonces ignorado, que rompió todos los esquemas vitrubianos acerca de la proporción y la armonía que se creía había presidido el arte de la Grecia antigua. Algún teórico como Piranesi lo tomó por posterior al orden toscano, el más sublime según él, e incluso a todos los órdenes griegos, en su intento de justificar la perfección clásica, que no admitía que esta podía descender de la evolución estilística desde un primer arcaísmo.

El Neoclasicismo fue un arte basado en el equilibrio, la proporción y la serenidad, como rechazo al movimiento desorbitado del Barroco y los excesos decorativos del rococó. Representa en la historia del arte el segundo redescubrimiento de la Antigüedad clásica después del Renacimiento.

El término neoclásico surgió avanzado el siglo XIX y se impuso plenamente en el XX. Anteriormente se empleaban las expresiones clásico (por su inspiración en la Antigüedad) o académico (por el control que ejercía sobre las artes esa institución oficial). Sus detractores le nombraban irónicamente art pompier (‘arte bombero’, en francés), burlándose de los cascos similares a los del uniforme del cuerpo de bomberos con los que adornaban los artistas a sus modelos para representar personajes griegos y romanos.

El neoclásico pertenece a la categoría estética clásica, que a partir de la Antigüedad grecorromana se ha mantenido a lo largo de la historia, pues, al contrario de lo que muchas veces se ha sostenido, no llegó a desaparecer durante la Edad Media, sino que resurgió con el Renacimiento, permaneció durante el Barroco, se manifestó con fuerza a finales del siglo XVIII y, en combinación con el historicismo y el eclecticismo, perduró durante todo el XIX; cobró vigor con los totalitarismos del XX e incluso aparece en los tiempos actuales.

Se trata de un estilo en todo el sentido del término, puesto que comprende arquitectura, escultura, pintura, artes decorativas, literatura, música y teoría del arte. Sus precedentes más inmediatos son el depurado Barroco vitrubiano francés del siglo XVIII —inspirado en las teorías de aquel tratadista romano y denominado allí Classicisme—, el Renacimiento y el manierismo.

En cuanto a sus comienzos, la opinión más común es que tienen lugar con el advenimiento de la Revolución francesa —estilo directorio— y la subida al poder de Napoleón, pero se pueden retrotraer al reinado de Luis XVI, a partir de Ange-Jacques Gabriel y su Petit Trianon de Versalles.

Respecto a su final, aunque la etapa de auge podemos decir que finalizó; al menos en Francia, con la caída del emperador y el inicio de la Restauración, a partir de entonces se expandió por otros países europeos con la intención de emular las pasadas glorias napoleónicas que habían hecho suyas, y sabemos que, en brazos del historicismo, el eclecticismo y los revival se ha mantenido en sus formas externas hasta hoy.

En cuanto a su extensión geográfica podemos decir que constituyó el primer estilo de carácter universal, ya que se introdujo en toda América, donde fue abrazado inmediatamente en el norte coincidiendo con la independencia de las colonias inglesas, y manifestándose con retraso en Iberoamérica por su más tardía emancipación. En Europa abarcó todo el continente y por el este penetró en Rusia y las culturas eslavas.

Nacido en Italia al calor de las ruinas romanas, la restauración de Pompeya y Herculano y la herencia renacentista purista (Bramante, Palladio), el neoclásico tuvo extrañamente escaso eco en Grecia, cuna de la Antigüedad, quizá por la tradición bizantina, profundamente arraigada en el país heleno.

Floreció en Francia en consonancia con el racionalismo que impregnaba la cultura gala hasta el punto de haber creado un Barroco a su medida (Classicisme) y merced a su adopción por parte de los revolucionarios para oponerlo al rococó de la aristocracia y, a continuación, como instrumento del nuevo césar para glorificar su imperio.

Se adaptó con perfección a la mentalidad germánica, que veía en la grandeza monumental de las construcciones neoclásicas el mejor recuerdo de la tradición aria, emparentada en sus creencias con los antiguos helenos; por eso, el Neoclasicismo germano, en su rigurosa medida y frialdad, será más griego que romano y se conocerá también con el término neogriego.

También en los países escandinavos se abrazó en principio el estilo como un retazo del pasado histórico, si bien la fantasía romántica, el simbolismo y el expresionismo, movimientos sentimentales nada calculadores, acabaron desplazándolo pronto.

En Inglaterra fue muy bien acogido, quizá porque en aquel país el desorbitado, pasional, Barroco nunca tuvo mucho eco, sino que se había impuesto una línea de tradición palladiana con predominio de las superficies rectas.

En España, a pesar del apoyo del rey ilustrado a artistas que practicaron el estilo (Sabatini, Villanueva), la fuerza de la tradición barroca (Ventura Rodríguez, que trabajaba a caballo de ambos estilos, y el prestigio de los imagineros), así como la oposición a todo lo que viniera de Francia —país invasor—, mermó su aceptación tras la guerra de la Independencia, a pesar de que falto de pureza en combinación ecléctica —como en sus inicios ocurrió con el Barroco monumental—, se manifestará por doquier.

En 1740, con la llegada a la cátedra de San Pedro del cardenal Lambertini (Benedicto XIV) y su interés por acrecentar las colecciones capitolinas —sin olvidar su crítica a la costumbre vaticana de tapar con latta las partes pudendas de las figuras—, la restauración del Coliseo romano y el impulso dado a las excavaciones arqueológicas, el nuevo movimiento artístico empezó a ver el alba. El mismo año llega a Roma, procedente de su Véneto natal, el artista y teórico Giovan Battista Piranesi (1729-1776), que con sus Vedute di Roma (‘vistas de Roma’), las ilustraciones de la primera parte de su Archittetture e Prospettive (1743) y su Antichitá Romane (1756) provocan una exaltación del valor de las ruinas romanas, en su deseo de «conservar Roma por medio de las estampas» mediante el estudio detallado de los restos arqueológicos.

Roma se convierte en el centro del arte, «il vero centro dell’Arte», en palabras del pintor y grabador alemán Johann Tischbein. A Roma llegan, en el Grand Tour, Anton Raphael Mengs, Johann Joachim Winckelmann (1717-1768) y Francesco Milizia (1725-1798) que contribuyen con su arte y sus escritos al nacimiento y la difusión del nuevo estilo, con el inestimable concurso de las ruinas de Pompeya y Herculano. No obstante, fue la valoración ideal del mundo griego, especialmente en los dos primeros artistas, la que adquirió un carácter más sublime, aunque se cayó en el error de tomar las copias romanas por originales helenos.

Pronto alcanzó eco en Inglaterra (Robert Adam, Thomas Chippendale), Francia (Percier, Fontaine, Ledoux), Alemania y otros lugares de Centroeuropa.

Se planteó la doble opción de considerar la perfección clásica como un modelo a imitar o bien someter sus restos al imperio de la razón y la crítica. En la primera tesis estuvo Winckelmann, que en 1755 publicó en caracteres latinos sus Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura, una obra que alcanzó gran éxito a pesar de su corta...