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Romance de lobos

Romance de lobos

Ramón del Valle-Inclán

 

Verlag Linkgua, 2020

ISBN 9788499534459 , 118 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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2,99 EUR

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Romance de lobos


 

Jornada primera


Escena primera

Un camino. A lo lejos, el verde y oloroso cementerio de una aldea. Es de noche, y la Luna naciente brilla entre los cipreses. Don Juan Manuel Montenegro, que vuelve borracho de la feria, cruza por el camino, jinete en un potro que se muestra inquieto y no acostumbrado a la silla. El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierna sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado.

El caballero¡Maldecido animal!... ¡Tiene todos los demonios en el cuerpo!... ¡Un rayo me parta y me confunda!

Una voz¡No maldigas, pecador!

Otra voz¡Tu alma es negra como un tizón del Infierno, pecador!

Otra voz¡Piensa en la hora de la muerte, pecador!

Otra voz¡Siete diablos hierven aceite en una gran caldera para achicharrar tu cuerpo mortal, pecador!

El caballero¿Quién me habla? ¿Sois voces del otro mundo? ¿Sois almas en pena, o sois hijos de puta?

Retiembla un gran trueno en el aire, y el potro se encabrita, con amenaza de desarzonar al jinete. Entre los maizales brillan las luces de la Santa Compaña. El Caballero siente erizarse los cabellos en su frente y disipados los vapores del mosto. Se oyen gemidos de agonía y herrumbroso son de cadenas que arrastran en la noche oscura, las ánimas en pena que vienen al mundo para cumplir penitencia. La blanca procesión pasa como una niebla sobre los maizales.

Una voz¡Sigue con nosotros, pecador!

Otra voz¡Toma un cirio encendido, pecador!

Otra voz¡Alumbra el camino del camposanto, pecador!

El Caballero siente el escalofrío de la muerte, viendo en su mano oscilar la llama de un cirio. La procesión de las ánimas le rodea, y un aire frío, aliento de sepultura, le arrastra en el giro de los blancos fantasmas que marchan al son de cadenas, salmodian en latín.

Una voz¡Reza con los muertos por los que van a morir! ¡Reza, pecador!

Otra voz¡Sigue con las ánimas hasta que cante el gallo negro!

Otra voz¡Eres nuestro hermano, y todos somos hijos de Satanás! ¡Reza, pecador!

Otra voz¡El pecado es sangre, y hace hermanos a los hombres como la sangre de los padres!

Otra voz¡A todos nos dio la leche de sus tetas peludas, la Madre Diablesa!

Muchas voces... ¡La madre coja, coja y bisoja que rompe los pucheros! ¡La madre morueca, que hila en su rueca los cordones de los frailes putañeros, y la cuerda del ajusticiado que nació de un bandullo embrujado! ¡La madre bisoja, bisoja corneja, que se espioja con los dientes de una vieja! ¡La madre tiñosa, tiñosa raposa, que se mea en la hoguera y guarda el cuerno del carnero en la faltriquera, y del cuerno hizo un alfiletero! Madre bruja, que con la aguja que lleva en el cuerno, cose los virgos en el Infierno y los calzones de los maridos cabrones!

El Caballero siente que una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer a su caballo en una carrera infernal. Mira temblar la luz del cirio sobre su puño cerrado, y advierte con espanto que solo oprime un hueso de muerto. Cierra los ojos, y la tierra le falta bajo el pie y se siente llevado por los aires. Cuando de nuevo se atreve a mirar, la procesión se detiene a la orilla de un río donde las brujas departen sentadas en rueda. Por la otra orilla va un entierro. Canta un gallo.

Las brujas¡Cantó el gallo blanco, pico al canto!

Los fantasmas han desaparecido en una niebla, las brujas comienzan a levantar un puente y parecen murciélagos revoloteando sobre el río, ancho como un mar. En la orilla opuesta está detenido el entierro. Canta otro gallo.

Las brujas¡Canta el gallo pinto, ande el pico!

Al través de una humareda espesa los arcos del puente comienzan a surgir en la noche. Las aguas, negras y siniestras, espuman bajo ellos con el hervor de las calderas del Infierno. Ya solo falta colocar una piedra, y las brujas se apresuran, porque se acerca el día. Inmóvil, en la orilla opuesta, el entierro espera el puente para pasar. Canta otro gallo.

Las brujas¡Canta el gallo negro, pico quedo!

El corro de las brujas deja caer en el fondo de la corriente, la piedra que todas en un remolino llevaban por el aire, y huyen convertidas en murciélagos. El entierro se vuelve hacia la aldea y desaparece en una niebla. El Caballero, como si despertase de un sueño, se halla tendido en medio de la vereda. La Luna ha trasmontado los cipreses del cementerio y los nimba de oro. El caballo pace la yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa.

Escena segunda

Don Juan Manuel Montenegro, llama con grandes voces ante el portón de su casa. Ladran los perros atados en el huerto, bajo la parra. Una ventana se abre en lo alto de la torre, sobre la cabeza del hidalgo, y asoma la figura grotesca de una vieja en camisa, con un candil en la mano.

El caballeroApaga esa luz...

La rojaAgora bajo a franquealle la puerta.

El caballeroApaga esa luz.

El Caballero se ha cubierto los ojos con la mano, y de esta suerte espera a que la vieja se retire de la ventana. El caballo piafa ante el portón, y Don Juan Manuel no descabalga hasta que siente rechinar el cerrojo. La vieja criada aparece con el candil.

El caballero¡Sopla esa luz, grandísima bruja!

La roja¡Ave María! ¡Qué fieros! ¡Ni que le hubiera salido un lobo al camino!

El caballero¡He visto La Hueste!

La roja¡Brujas fuera! ¡Arreniégote, Demonio!

Sopla la vieja el candil y se santigua medrosa. Cierra el portón y corre a tientas por juntarse con su amo, que ya comienza a subir la escalera.

El caballeroDespués de haber visto las luces de la muerte, no quiero ver otras luces, si debo ser de Ella...

La rojaHace como cristiano.

El caballeroY si he de vivir, quiero estar ciego hasta que nazca la luz del Sol.

La roja¡Amén!

El caballeroMi corazón me anuncia algo, y no sé lo que me anuncia... Siento que un murciélago revolotea sobre mi cabeza, y el eco de mis pasos, en esta escalera oscura, me infunde miedo, Roja.

La roja¡Arreniégote, Demonio! ¡Arreniégote, Demonio!

Al oír un largo relincho acompañado de golpes en el portón, Don Juan Manuel se detiene en lo alto de la escalera.

El caballero¿Has oído, Roja?

La rojaSí, mi amo.

El caballero¿Qué rayos será?

La rojaNo jure, mi amo.

El caballero¡El Demonio me lleve!... ¡Se ha quedado la bestia fuera!

La roja¡La bestia del trasgo!...

El caballero¡La bestia que yo montaba! Despierta a Don Galán para que la meta en la cuadra.

La rojaDenantes llamándole estuve porque bajare a abrir, y no hubo modo de despertarlo. ¡Con perdón de mi amo, hasta le di con el zueco!

El Caballero se sienta en un sillón de la antesala, y la vieja se acurruca en el quicio de la puerta. Se oye de tiempo en tiempo el largo relincho y golpear del casco en el portón.

El caballeroPrueba otra vez a despertarle.

La rojaTiene el sueño de una piedra.

El caballeroVuelve a darle con el zueco.

La rojaNi que le dé en la croca.

El caballeroPues le arrimas el candil a las pajas del jergón.

La roja¡Ave María!

Sale la vieja andando a tientas. Canta un gallo, el hidalgo, hundido en su sillón de la antesala, espera con la mano sobre los ojos. De pronto se estremece. Ha creído oír un grito, uno de esos gritos de la noche, inarticulados y por demás medrosos. En actitud de incorporarse, escucha. El viento se retuerce en el hueco de las ventanas, la lluvia azota los cristales, las puertas cerradas tiemblan en sus goznes. ¡Tac-toc!... ¡Toc-toc!... Aquellas puertas de vieja tracería y floreado cerrojo, sienten en la oscuridad manos invisibles que las empujan. ¡Toc-toc!... ¡Toc-toc!... De pronto pasa una ráfaga de silencio y la casa es como un sepulcro. Después, pisadas y rosmar de voces en el corredor: Llegan rifando la vieja criada y Don Galán.

La rojaYa dejamos al caballo en su cuadra. ¡Qué noche Madre Santísima!

Don GalánTruena y lostrega que pone miedo.

La roja¡Y no poder encender un anaco de cirio bendito!...

Don Galán¿No lo tienes?

La rojaSí que lo tengo, mas no puede ser encendido en esta noche tan fiera. Tengo dos medias velas que alumbraron en el velorio de mi curmana la Celana.

El caballero¿Habéis oído?

La roja¿Qué, mi amo?

El caballeroUna voz...

Don GalánSon las risadas del trasgo del viento...

Suenan en la puerta grandes...