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Mi gato, mi coach

Mi gato, mi coach

Odette Eylat

 

Verlag De Vecchi Ediciones, 2020

ISBN 9781644615898 , 160 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz DRM

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5,99 EUR

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Mi gato, mi coach


 

PRIMERA PARTE
La vida rocambolesca del gato


CAPÍTULO 1
El primer enigma de la vida del gato: su salida de la sombra

¿Se ha fijado que, cuando el gato irrumpe en una estancia, todos los rostros allí congregados se iluminan de repente? Sonríen y aplauden cada una de sus gracias como si con un golpe de bigotes hubiese barrido todas las pequeñas miserias humanas.

A veces me pregunto si es esta la razón por la que medimos nuestros gestos, bajamos el volumen de nuestra voz, mientras que él, con soberbia, va de uno a otro o, al contrario, cruza el salón ignorando a todos para dirigirse hacia una minúscula migaja de cualquier cosa, casi imperceptible para nuestra vista. ¿Por qué hemos de quedarnos boquiabiertos ante tal demostración de arrogancia, más propia de un rey que mira a sus súbditos por encima del hombro? Esto roza lo escandaloso.

¡Parece haberse olvidado de que precisamente esta convivencia con los humanos ha sido la que le ha proporcionado un espacio cómodo, la seguridad asociada a este y un plato siempre rebosante!

En realidad, puede que la historia que haya almacenado en su memoria de especie no haya sido así exactamente, a pesar de los descubrimientos científicos realizados al respecto (por cierto, ¡el último de los efectuados hasta la fecha todavía se antoja más desconcertante!).

ANTES DE AYER PARA EL GATO

Los humanos tienen en común que intentan descubrir el enigma de su vida y, por extensión, de la vida, incluida la de su propio gato: «¿De dónde vengo? ¿De dónde viene él? ¿Cuándo tuvo lugar el primer encuentro? ¿Quién dio el primer paso?».

Todo el mundo sabe algo sobre los helechos gigantes y los dinosaurios, pero ¿qué sabemos del gato en esos tiempos tan remotos que se calculan en millones de años? ¿Bajo qué forma vivía entonces el mamífero que ha acabado convirtiéndose en el gato que acariciamos?

Cualquier internauta puede encontrar en la red datos sobre el pasado prehistórico de cualquier ser viviente en la Tierra, las apariciones y desapariciones de especies, las evoluciones de las formas y las adaptaciones de los seres a un entorno cambiante y caótico. En efecto, se puede constatar que estos pequeños mamíferos habrían coexistido con dinosaurios pero que, debido a su tamaño (más parecido al de una musaraña). debían ser prácticamente invisibles para los gigantes con los que compartían el entorno. Por tanto, no eran el desayuno de nadie ni el tentempié de los monstruos carnívoros de la época. Además, dado que no jugaban en el patio de los grandes, no molestaban a nadie.

Los gigantes se habrían impuesto, pero no por ello los pequeños habrían dejado de existir...

De todo esto se percibe algo sorprendente. Esos pequeños mamíferos poseían una ventaja que, a la larga, les iba a venir bien: una sangre caliente que podía desafiar las variaciones climáticas, una posibilidad física de producir leche para alimentar a sus pequeños y un organismo capaz de adaptarse a todo tipo de alimentos.

No hay nada que nos impida pensar que el gato, o al menos un ser similar, ya formase parte de este mundo...

Entonces, resulta que hace 65 millones de años –un número de generaciones inimaginable para nosotros, los humanos– los dinosaurios desaparecieron. No de la noche a la mañana, pero a esa escala de tiempo lo importante es su ausencia. Algo similar a lo que ocurre con nosotros los humanos hoy en día: el que se va deja una huella en el aire que respiramos, en los objetos que tocó, aunque se descubran mucho tiempo después. También nos deja una huella emocional que queda inscrita en el cerebro. Todos hemos conocido esa experiencia.

¿Por qué no podría haber pasado lo mismo con los pequeños seres de la Prehistoria? ¿Por qué el gato de hoy en día no podría conservar la huella de su miedo arcaico a los «gigantes»?

¿Por qué nuestro gato no habría de conservar, a pesar de las evoluciones sucesivas, el gusto por la desconfianza como medida de protección?

Sin duda, fue así como, paso a paso, el «antes de ayer» se convirtió y se convierte en el «ayer» para el gato.

AYER PARA EL GATO

Según los paleontólogos, los mamíferos, liberados de la supremacía de los dinosaurios, se diversificaron y evolucionaron.

Hacemos un salto hacia tiempos más recientes, y nos trasladamos a hace 25 o 30 millones de años. Según parece, existió un carnívoro que evolucionó hasta constituir la rama de los Viverravus, el ancestro común de las hienas, por un lado, y los Vivérridos, como la civeta y la jineta, por otro.

También existieron felinos del tamaño de un tigre y con unos dientes gigantescos, de 20 centímetros de longitud, con los cuales mataban a sus presas con la precisión de un sable. Habrían desaparecido hace unos 6 o 7 millones de años.

Los Viverravus se asemejaban, según parece, a los gatos-jineta, y tendrían unos dientes parecidos a los de la civeta y la hiena al mismo tiempo.

¡Menuda eclosión de felinos! ¿De felinos? Pero, ¿el gato está bien clasificado entre los felinos? ¿Entonces?

Aunque quien dice felino no dice forzosamente gato, ya no podemos excluir un animal que se le pareció.

El enigma permanece, aunque la nebulosa se haya difuminado un poco.

En efecto, desde hace algunos años, en EE. UU., los profesores Warren Johnson, Stephen O’Brien y Chris Wozencraft examinan el ADN de diferentes gatos y han llegado a la conclusión de que este animal, presente en Asia hace 11 millones de años, habría aprovechado las aguas bajas del estrecho de Bering para llegar hasta el continente americano hace 9 millones de años. Además, no se sabe por qué, algunos de ellos emprendieron, un poco más tarde, pero siempre en tiempos de aguas bajas, un viaje de retorno hacia Asia y África. Este retorno tiene algo de fascinante y de excepcional.

¿Acaso fue ese deambular errante lo que favoreció su especial psicología? ¿Quedó reflejado en sus comportamientos futuros? ¿Es eso lo que percibimos inconscientemente cuando nos sentimos fascinados por él?

Una historia que hay que seguir.

AYER POR LA NOCHE PARA EL GATO

Más cercanas a nosotros, hay dos fechas clave que parecen anunciar ya el gato actual que ronronea sobre cualquier cojín de nuestros salones: la primera se remonta a la llegada al mundo de los neandertales y, posteriormente, aunque no se tenga constancia por ahora, de los sapiens, hace menos de 80.000 años. La segunda, mucho más reciente, corresponde a la época de los faraones en Egipto.

¿Y si nuestra relación con el gato se situase en el cruce de esos dos caminos?

¿Y si fue ese encuentro lo que memorizó y transmitió esa especie de gato «diferente»?

¿Y si, conjuntamente, una memoria humana hubiese registrado dicho encuentro y lo hubiese guardado en su patrimonio para transmitir?

En esa perspectiva, el gato y el humano habrían compartido un tramo de vida bajo diferentes aspectos…

El gato juguete

¿Por qué no imaginarnos a los niños neandertales, o más tarde a los niños sapiens, jugando cerca de sus padres, fisgoneando por los montes bajos durante las cosechas de bayas, divirtiéndose con un gato? Un gato no muy salvaje, pequeño también, que persigue una ramita. Imaginemos a esos niños riendo a carcajadas ante las piruetas de esos gatitos excepcionales, así como a sus madres que se divierten también al ver ese juguete viviente…

El gato salvaje de hoy en día no juega, se esconde. Tiene miedo. El gatito salvaje juega poco. Sin embargo, entre los felinos, los leones juegan y los cachorros se dedican a hacer cabriolas. Tenemos el ejemplo de leonas que se han acercado a humanos y no precisamente para comérselos. Los guepardos los aceptan y viven con ellos… pero no todos, sólo algunos.

¿Por qué estas diferencias no se habían dado en el pasado?

Uno no se come aquello que le distrae.

¿Por qué no imaginar, entonces, una relación lúdica de complacencia, excepcional, entre niños, gatitos y madres neandertales o sapiens?

Lo único que conocemos de nuestros antepasados más lejanos nos llega a través de los fragmentos de huesos que los paleontólogos nos proporcionan, fragmentos que no nos pueden transmitir la risa.

Sin embargo, hace muy poco esto ha cambiado: las nuevas tecnologías nos han permitido animar estas reconstituciones, volver a dotarlas de los movimientos que las caracterizaban cuando vivían. Y, entonces, se plantea la posibilidad de la risa. Se intenta teñir a esos antepasados de todo el aspecto comunicativo posible. Y más cuando se ha constatado que la risa funda la sociabilidad.

El gato salvador

La segunda fecha que puede marcar los primeros pasos del gato actual podría corresponder a la época del Egipto de los faraones.

En tiempos de los faraones, incluyendo a todas las dinastías, los graneros de trigo, controlados por los sacerdotes, atraían a ratones y serpientes.

Si bien es cierto que las serpientes cazaban a los ratones, representaban un peligro mortal para aquellos que manipulasen los cereales.

Al ser la protección y el peligro un binomio indisociable, los humanos tenían todas las de perder: se corría el peligro de que fortuna, poder y hambre del pueblo convivieran de forma agitada.

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