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Nostradamus - Las profecías desde hoy hasta el año 2200

Nostradamus - Las profecías desde hoy hasta el año 2200

Anna Lamberti Bocconi

 

Verlag De Vecchi Ediciones, 2020

ISBN 9781646998647 , 192 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz DRM

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8,49 EUR

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Nostradamus - Las profecías desde hoy hasta el año 2200


 

EL PROBLEMA DE LAS FECHAS


A pesar de que hemos declarado que la clave de lectura presentada por Nostradamus en este libro sea sobre todo simbólica y acronológica, no queremos dejar insatisfechos a todos aquellos que desean poder acercar las predicciones del vidente de Salon a hechos ciertos y verificables en el transcurso del tiempo. Por ello entraremos en el insidioso campo del problema de la fecha de las profecías.

Es un hecho evidente que puede ser carne de cañón para los escépticos. Pero el escepticismo es un terreno estéril, por lo que es inútil perder tiempo refutando cosas que no nos interesan. En cambio, si hay algo que vibra dentro de nosotros, entonces son bienvenidas las dudas, las preguntas y las discusiones entre pareceres, por lejanos que sean. Este es el hecho: a primera vista, parece que las profecías de Nostradamus hayan «atinado» en todo lo pasado, pero que sean vagas y nebulosas respecto al futuro. «Entonces», diría nuestro ideal antagonista, el escéptico elemental, «todo es mentira. No se necesita mucho para adivinar las guerras del siglo pasado, que ya han pasado. Nosotros queremos conocer nuestro futuro, si va a haber otra guerra y cuándo tendrá lugar, etc.». Dicho así, la cuestión se podría liquidar de forma también elemental, arguyendo que las Centurias de Nostradamus no son la piedra filosofal para adivinar los premios de lotería. Tras haber limpiado un comportamiento superficialmente incrédulo, absolutamente inútil, seremos capaces de afrontar las implicaciones profundas que el argumento conlleva. En primer lugar, hay que decir que Nostradamus nunca indicó fechas precisas. El problema de acertar no tiene que ver tanto con el vidente de Salon, sino con los intérpretes que se han sucedido desde su muerte hasta nuestros días. Es un problema que forma parte de la óptica interpretativa historiográfica y cronológica, del que ya hemos hablado. Es evidente que, si se escogen otros tipos de interpretaciones, como la simbólica y analógica, hacia la que se dirige este libro, la cuestión pierde consistencia. Pero si queremos hablar de fechas hay que tener muy claro que las dificultades no se deben a Nostradamus, sino a sus intérpretes. El problema se refiere a la interpretación en sí misma, es decir, en primer lugar a la creación de las claves, pero también a la eficacia, a la armonía y a la exactitud del acto interpretativo. La interpretación no es un dato mecánico, a priori, como decir que dos y dos son cuatro y todos están de acuerdo. En las Centurias no hay un dos, otro dos y un espacio en blanco para rellenarlo con el resultado de la operación. Si fuera así, todos los intérpretes estarían de acuerdo y, a decir verdad, ya no se necesitarían más interpretaciones, sino una especie de vacaciones interpretativas. Sin embargo, el intérprete elige desafiar una tarea ardua y difícil, es decir, desvelar referencias ocultas y abstractas que indican sucesos reales. Existen dos tipos de sucesos reales: los que ya han sucedido —y por lo tanto comprobables mediante comparación— y los futuros, verificables sólo en un tiempo posterior a la interpretación. Han sido muy numerosos los estudiosos y expertos que han dado las claves para fechar las cuartetas. Los sucesos profetizados han sido ordenados cronológicamente y a muchos hechos se les ha acordado fechas precisas. En lo que concierne al futuro, está claro que la validez de las interpretaciones sólo se podrá comprobar después de la realización o no del hecho profetizado en la fecha indicada. Pero al ver los resultados comprobables (es decir, los de acontecimientos pasados) que, con gran fe y empeño, estudiosos y expertos han vaticinado, no deja de sorprendernos constatar la efectiva precisión de las profecías de Nostradamus. Aquí vuelve a aparecer nuestro personaje de antes, el antagonista escéptico, de nuevo con su duda, pero esta vez expuesta de forma mucho más apropiada y significativa: ¿por qué es más fácil recoger con exactitud las referencias proféticas del pasado que las del futuro, que serían mucho más interesantes?

Parece como si para los intérpretes fuera más fácil realizar un trabajo de interpretación a posteriori, es decir, encontrar coincidencias entre los significados escondidos de las cuartetas y hechos históricos ya sucedidos, que atreverse a vaticinar el futuro. Pero ¿por qué? Dejemos de lado la mala fe de los exegetas. Embusteros los ha habido y los habrá siempre, pero no es por ellos por quien nos interesa preocuparnos: quien miente se aparta del grupo por sí solo, en este campo y en todos los demás. Nuestra pregunta es si realmente las profecías sobre hechos pasados son más fáciles de interpretar: ello depende de la hipótesis de que el hecho interpretativo, al igual que todas las acciones, tenga un campo, un aura y que tal hecho resulte más eficaz cuanto más equilibrio energético posea su aura. A continuación explicaremos este concepto que nos llevará a afirmaciones muy interesantes y a anotaciones útiles para la prospección general en la que analizaremos a Nostradamus.

La idea es que los estudiosos al trabajar sobre el pasado aumentan el aura y la potencia del acto interpretativo. ¿Cómo sucede? En relación con el equilibrio de las energías, un suceso ya ocurrido tiene ventaja sobre un hecho que aún pertenece al futuro, porque ha desplegado mucho más su grado de vibraciones. Por decirlo de otra forma, un hecho del pasado y otro del futuro están uno frente a otro como dos individuos: el primero ha hablado, se ha expresado, ha hecho lo que tenía que hacer; pero el segundo aún lo tiene todo dentro, comprimido y en espera. ¿Cuál de los dos será más sereno y equilibrado? ¿Cuál de los dos será más fácil de leer? Y ello no se debe a que una cosa «se sepa ya» y la otra no, sino a una cuestión de armonía interna. En términos musicales, el pasado es la tónica, el futuro la dominante (que tiende siempre a resolverse sobre la tónica, es decir, el futuro tiende siempre a suceder).

El pasado, que al mostrar sus cartas ha liberado sus energías, ofrece al intérprete un terreno más llano. Si consideramos la interpretación como una acción, veremos que cualquier acción, sobre todo si es de orden creativo, se configura siempre como una empresa con mayores o menores posibilidades de éxito, más o menos fácil de realizarse, más o menos agradable. El éxito redondo de una acción es el resultado de un juego de fuerzas complejo y sutil. Cuanto más armónico y simétrico sea el campo de acción (incluso, y sobre todo, en sus aspectos invisibles), mayor será el éxito. El budismo Zen, una de las más altas cimas del intelecto humano, sintetiza paradójicamente el modo más eficaz de actuar según la fórmula «Acción sin acción». Quien consiga actuar sin actuar, por ejemplo un deportista de elite o un virtuoso de la música, es alguien que ya no necesita pensar en los movimientos que deberá realizar para hacer que el cuerpo obedezca al cerebro, alguien que posee una extremada fluidez interior, por la cual todo sucede sin tener que pensar en ello, casi de forma automática, como si se tratara de magia. Este es el tipo de fluidez que es propio de los sucesos que ya han tenido lugar en el tiempo.

¿Está ya claro por qué la interpretación de los hechos pasados «es más sencilla»? Para concluir este capítulo, un último concepto con imaginación afirma que, al interpretar profecías referidas al pasado, existe el contrapeso de la historia efectiva que equilibra la operación, mientras que el impulso hermenéutico hacia el futuro es como hacer una carrera a pata coja.

Dos importantes intérpretes

Roger Frontenac, un experto francés en el tema, tras largos y minuciosos cálculos encontró una clave muy articulada para la correcta colocación temporal de las cuartetas. Frontenac era oficial de marina, encargado de las claves cifradas militares. Para él los códigos secretos estaban en el orden del día y no sorprende que, una vez terminada su misión profesional, la pasión por los lenguajes secretos siguiera viva en él y le condujera a dedicarse por completo a la interpretación del texto fundamental de Nostradamus. El procedimiento adoptado por Frontenac es complicado pero muy interesante: parte de una mezcla de las cuartetas para después volverlas a ordenar y subdividirlas según una datación que llega hasta el 3700. Incluso un estudioso como Patrian, que se destaca por su imparcialidad, al presentar la obra de Frontenac, La clef secrète de Nostradamus, define la clave que él encontró como «una de las más interesantes». Para examinar algunas profecías de Nostradamus e incidir en las fechas probables de su realización, no hay nada mejor que basarse en las indicaciones temporales de este experto y escuchar las sugerencias que pueden llegar a los oídos interiores desde estas cuartetas en cuestión.

Otro exégeta muy importante al que nos referiremos es Jean-Charles Pichon, también francés, prolífico escritor tanto de narrativa como de ensayos de tema esotérico. Pichon, con un pasado bien nutrido de abundantes estudios específicos referentes a los ciclos del cosmos y de la historia, encuadra las profecías de las Centurias en un arco de tiempo que abarca desde el 1557 hasta el 3797. En este libro se presentarán profecías que recibieron una fecha esperable. Las fechas precisas tienen un margen de tolerancia de dos o tres años, mientras que para los períodos más largos, el error es de un decenio.

El cálculo de las probabilidades

Algunos matemáticos han sometido las cuartetas que indican una fecha precisa al cálculo de probabilidades. La pregunta que conduce al cálculo es la siguiente: ¿qué probabilidad hay de que...