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Borderlands / La frontera - La nueva mestiza

Borderlands / La frontera - La nueva mestiza

Gloria Anzaldúa

 

Verlag CAPITÁN SWING LIBROS, 2021

ISBN 9788412209686 , 300 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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9,99 EUR

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Borderlands / La frontera - La nueva mestiza


 

Introducción a la segunda edición

Sonia Saldívar Hull

En los doce años trascurridos desde la publicación de la seminal obra de Gloria Anzaldúa Borderlands / La Frontera: The New Mestiza, los estudios de mujeres y los estudios sobre latinas o chicanas han florecido en cuanto a producción intelectual, si no en cuanto a aceptación por parte del mundo académico. Incluso ante la perspectiva de un contragolpe creciente, que se manifiesta en su forma más dramática en las leyes contrarias a la acción afirmativa de California, el veredicto Hopwood[1] en Texas y legislación similar que está siendo valorada en muchos otros estados, se ha publicado una segunda edición de Borderlands. Este texto de relevancia histórica sigue siendo estudiado e incluido en programas académicos de cursos sobre teoría feminista, escritoras estadounidenses contemporáneas, autobiografía, literatura escrita por chicanos/as o latinos/as, estudios culturales e incluso sobre los principales escritores estadounidenses.

Después de mi lectura inicial del libro de Gloria Anzaldúa en el verano de 1987, como muchas otras profesoras universitarias chicanas, yo sentí la necesidad imperiosa de sumergirme en su hermenéutica de la nueva mestiza. Anzaldúa me interpela a mí como compatriota Tejana, como mujer que audazmente se denominaba a sí misma feminista al igual que chicana. Junto a otros textos fundacionales sobre la Frontera, como With His Pistol in His Hand, de Américo Paredes, y Occupied America, de Rodolfo Acuña, Borderlands ofrecía una visión de nuestro Estados Unidos a través de los ojos de una mujer que se identificaba con las mujeres.[2] El feminismo que defiende Borderlands se basa en las presentaciones generizadas de mujeres como Marta Cotera y Ana Nieto Gómez, cuyas primeras especulaciones feministas aparecen en la antología Chicana Feminist Thought: The Basic Historical Writings.[3] En los años sesenta y setenta las chicanas estaban construyendo teoría y, con las intervenciones de Gloria Anzaldúa y de Cherrie Moraga en This Bridge Called my Back: Writings by Radical Women of Color, una conciencia transfronterista (es decir, feminista transnacional, una feminista transfrontera) construyeron nuevas coaliciones con otras latinas y mujeres de color en Estados Unidos.[4] Borderlands, una elaboración sociopolíticamente específica de una epistemología feminista chicana de finales del siglo XX, marca un movimiento hacia las coaliciones con otras mujeres a ambos lados de la frontera geopolítica entre Estados Unidos y México.

El libro se centra en un espacio geográfico definido, la frontera entre Estados Unidos y México, y presenta una historia concreta, la de las chicanas estadounidenses de origen mexicano. Pero, como tratado que es «por encima de todo una lucha feminista» (pág. 142), abre una manera radical de reestructurar el modo en que estudiamos la historia. Usando un nuevo género que Anzaldúa denomina autohistoria,[5] la autora presenta la historia como un ciclo serpentino más que como una narrativa lineal.[6] La historia que ella narra es una historia en la cual los símbolos, tradiciones y rituales indígenas sustituyen a las costumbres católicas posteriores a Hernán Cortés. Anzaldúa reconfigura las afinidades chicanas con la católica Virgen de Guadalupe y ofrece una imagen alternativa: Coatlicue, la madre divina azteca. En 1987, pocas profesoras universitarias mexicano-americanas invocaban ese nombre.

El primer ensayo o capítulo de Borderlands, «La patria, Aztlán», introduce a la persona que lee a una topografía de desplazamiento. Para quien no conozca la historia de los chicanos/as, o la historia de cómo Estados Unidos absorbió el norte de México en 1848, el texto define la frontera, política e ideológicamente, como un «confín contra natura» y, por lo tanto, postula el potencial desestabilizador de la cartografía chicana de finales del siglo XX. Proporciona a los mestizos una genealogía que, como gentes híbridas, los interpela a la vez como nativos de las Américas y como poseedores de una identidad múltiple, no occidental. La «tierra perdida» que redescubre o desvela está siempre fundamentada en una historia material concreta de lo que fue una vez el norte de México. Para el lector no académico, la autora pasa revista al tratado de Guadalupe-Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, como el documento que dio lugar a la aparición de una nueva minoría en Estados Unidos: ciudadanos estadounidenses de origen mexicano. La pedagogía de Anzaldúa, de tipo testimonial, ofrece un conocimiento que las escuelas anglocéntricas tienden a borrar, intercalando una contranarrativa que habla de la apropiación de la tierra por parte de los angloamericanos, que hicieron algo más que apoderarse de territorio: se trató de un proceso de absorción por parte de Estados Unidos que incluyó la imposición de la Supremacía Blanca, a la que contribuyeron las tácticas abiertamente terroristas de los Rangers de Texas.[7]

El discurso de construcción de nación en «La Patria, Aztlán» regresa a la historia que otras novelas chicanas fundamentales de los años treinta y cuarenta habían ficcionalizado anteriormente.[8] Como Caballero, de Jovita González, una novela histórica recuperada recientemente, Borderlands ofrece una crítica del proceso de incorporación de los mexicanos durante la guerra mexicano-americana de 1836.[9] Igualmente, las múltiples identidades en Borderlands evocan la novela de Américo Paredes George Washington Gómez, una obra en que la identidad híbrida del protagonista se encuentra en guerra consigo misma.[10] Aunque estas dos ficciones históricas recuperan memoria borrada de la historia oficial, la historia de Anzaldúa ofrece una nueva forma de escribir la historia. Como Paredes, Anzaldúa alinea audazmente la historia territorial chicana con los luchadores de la resistencia mexicano-tejana de comienzos del siglo XX, los sedicionistas, que polemizaron contra los invasores anglos en su manifiesto político, el Plan de San Diego.[11] Pero la historia en esta narrativa de la Nueva Mestiza no es un ejercicio discursivo unívoco —en este nuevo género, una conmovedora narrativa personal sobre la desposesión de su abuela ocupa el mismo espacio discursivo que una árida exposición de hechos históricos, mientras que la letra de un corrido sobre «la tierra perdida» aparece junto a una interpretación poética de la visión de un historiador anglo etnocéntrico sobre el dominio de Estados Unidos sobre México—.

Desde luego, el género de Borderlands desafía constantemente la estasis. Pasando de la historia mexicano-tejana al testimonio personal, el texto se mueve tenazmente hacia delante, hacia la historia de una familia política más amplia. Al concluir el ensayo de apertura, la narradora de la Nueva Mestiza hace hincapié en las alianzas de clase con los mexicanos que cruzan la frontera o trabajan en fábricas de frontera no reguladas, las maquiladoras, y revela la deshumanización de esos trabajadores mexicanos que cruzan hacia Estados Unidos, donde la Patrulla de Frontera les da caza como si fueran una plaga. Los trabajadores mestizos se encuentran «atrapados entre ser tratados como delincuentes y poder comer» (pág. 53).

La Nueva Mestiza narra mucho más que la historia de ese «tercer país» que ella llama la Frontera. El «país cerrado», como también lo denomina, está poblado por personas generizadas sin documentación que cruzan el territorio. Anzaldúa no solo trastorna las versiones históricas nacionalistas anglocéntricas, también perturba los planes de los nacionalistas chicanos al introducir análisis y temas feministas. Apoyadas en ideologías feministas, las historias de las mujeres amplían sin cesar el territorio cubierto por anteriores textos históricos androcéntricos.

Anzaldúa prosigue este proceso en la sección siguiente, «Movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan», en el que se dispone a enfrentarse a la tradición de dominación masculina en el interior de su comunidad. Inicia con un largo epígrafe en español sin traducir, un pasaje que sirve como una proclamación chicana frente a la guerra —una declaración de independencia para las mestizas sometidas por una cultura dominada por los hombres—. Cuando Anzaldúa se dirige en español a los hombres y a las...