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La Farsante

La Farsante

Emil Cerda

 

Verlag Emil Cerda, 2023

ISBN 9798795796888 , 168 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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12,99 EUR

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La Farsante


 

2 horas más tarde...


Estamos en mi recamara, yo sentado frente a mi laptop, y Denise chateando por su celular. Pongo la música del ex-grupo kpop (mi favorito) Fiestar, You're Pitiful, en YouTube, a lo que Denise dice:

—Faltan treinta minutos para irnos. —Coloca sus manos cruzadas, en mi pecho, estando detrás de mí.

—Estoy ampliando una novela corta que estoy escribiendo, Denise.

Me voltea la cara, y coloca su dedo indice debajo de mi barbilla, dejando su dedo pulgar encima de ésta. Me mira, sonriendo levemente; ella siendo ecologista, me planta un beso.

—Quiero mamártelo —me dice después de tal acto visceral.

Se agacha a mi pantalón, en postura de noventa grados, desabrochando mi cremallera. Quita velozmente mi bóxer y, sin más preámbulos, mete su boca en mi güebo.

—Hey —me apresuro, ya que estoy muy excitado—, falta media hora para irnos, mejor para —le digo, estúpidamente, viendo cómo mi glande crece cada vez más, y se torna más rosado.

Se retira del acto, y me dice:

—Tranquilo, Comillas, tenía mucho sin saborear tu ñema.

Pasa diez minutos, y termina.

—Qué raro, aún no te has venido. No estás en esto, no estás concentrado, ¿en quién piensas? —me cuestiona.

—No, estoy en esto, sólo que sabes que duro mucho para venirme.

—Tal vez padezcas de eyaculación retardada.

—No, no padezco de esa patología orgásmica.

—¿Seguro? Tengo mucho mamando, y aún no has eyaculado.

—Faltan veinte minutos para irnos, pon tu toto en la cama y verás que sí eyacularé.

—No —se niega prontamente—, únicamente quería mamártelo; me encanta el sabor de tu pene, eres muy higiénico y sano.

—Gracias —le agradezco por el cumplido.

—Bañémonos juntos, voy después de ti —me sugiere, después de ponerse de pie.

—Está bien.

Nos dirigimos, desnudos, al remojón, antes de entrar a la tina, me interpela:

—Aún sigue erecto, ¿en quién piensas?

—En nadie, Denise —le digo, poniendo una cara de fastidio—, ¿qué?, ¿no puedo tenerlo erecto sin pensar en un chico o en una chica?

—Uy —interjecciona—, ¿eres bisexual?

—No —me niego—, ¡no! Solamente admito que hay tipos que se ven bien, es todo, pero nada más. Y me refiero al hecho de que porque mi pene esté erecto, no esté pensando en alguien en específico.

Entramos, y abro la llave de la tina, para que salga el agua. Al notar, tácitamente, cómo salpica el agua en la piel de Denise, me llega, en un santiamén, una sensación de que me están observando.

—¿Qué pasa? —me cuestiona ella, enjabonándose.

—Siento como que hay alguien dentro de la casa.

—Eso es imposible, Emil, estás estresado y cansado, ven, te lavaré la piel.

Lo que nos tapa la desnudez es la cortina del baño; dejamos la puerta del baño abierta. Noto una sombra, de lo que viene siendo una mujer, en la puerta del baño.

—¿Ves eso? —le pregunto a Denise, asustado.

—¿El qué? —voltea a donde le dirigí su cuerpo.

—En la puerta, ¿no ves a una mujer?

—Emil, la cortina es color rojo intenso, ¿cómo puedo notar a una mujer en la puerta del baño? De verdad que estás cansado.

Pone sus dos manos en mi cara, y me cierra los ojos. Siento cómo se acerca lentamente a mí, dejando recostar su pecho en mi pecho, de frente. Siento sus tetas suaves y mojadas, mientras cae el agua en nuestra anatomía. Me besa, coloca mis manos en su culo. Me está besando con el alma, abro un poco mis ojos y veo que tiene los suyos cerrados, y con una sonrisa leve. Cierro los míos por si me pilla desprevenidamente, va y piensa como antes, que no estoy en mi lugar o que no disfruto de ella.

Culminamos de besarnos y de bañarnos. Nos secamos, salimos de la ducha.

Veo cómo se coloca su braga de tez morada y, luego, su sostén de color amarillo. Me visto por igual; al parecer ya estamos listos para irnos a nuestro lugar de pasión. Denise es esa típica chica blanca, alta, flaca, con una actitud colérica, es un poco bohemia, me encanta su personalidad; tiene ojos negros claros, tiene un tipo de vagina mariposa, ama tener las uñas cortas, detesta correr, odia las tardes. Es un poco normal en una adulta emergente, la mayoría de los adultos emergentes transpiran ciertos sentimientos; si te vas de casa, el síndrome del nido vacío estará presente.

Llegamos a Casa Teresita, un burdel muy conocido en el Ensanche la Fe, calle Arturo Logroño con Ortega & Gasset. Nunca había entrado a una mancebía antes, es mi vez primera. Denise y yo nos aproximamos a las barras, donde hay una mujer de bartender, chiquita, morena, en su sonrisa se le forma un hoyuelo significativo. Parece inocente y dulce.

—Dame un Vodka 38, con hojas de menta, por favor, Lucy —le pide Denise a la que al parecer es la bartender.

—¿Y para el niño? —le devuelve la bartender pitufina.

—Pide, Emil.

—Dame un receptáculo de agua fría, por favor.

—¿Y e'te mamagüebo? —exclama Lucy—, habla en Español, niño.

—Es escritor, Lucy, tranquila, él dijo que le trajera un vaso con agua —me defiende mi querida Denise.

—Yo no mamo güebo —aclaro—, yo mamo toto.

—Se llama Lucy Payano, tiene veinticinco años, sus padres la abandonaron cuando pequeña; es una de las fundadoras y primeras trabajadoras de este burdel. Si te metes con ella, te metes con todas, así que tranquilo. Sólo háblale en términos dominicanos, así te entenderá —me sugiere mi amiga con derecho, aunque es zurda, Denise.

—Está bien, aunque me parece raro que no me hayan pedido la cédula.

—Andas conmigo, y si andas conmigo, no te pedirán nada —me habla en tono chantajista.

—Chicos, aquí está lo que me pidieron: un Vodka 38 para ti, Denise; y, un vaso de agua para el niño —dice Lucy, con los pedidos en la mano.

—Lucy, apúntalo a la cuenta de Güinni.

—Está bien. —Se da vuelta, y toma, al parecer, un cuaderno con la lista de personas que toman prestado en el burdel.

—¿Güinni? Me suena familiar ese nombre —le digo a Denise.

—Sí, es mi mejor amiga, Güinni, así le llamamos únicamente las que somos de su confianza.

—Bueno, por lo que escucho tanto de esa tal Güinni, es famosa, ¿es una prostituta de aquí o qué?

—Me da risa este lugar, tantos hombres vienen solamente a llenarse los ojos.

Son cinco mil pesos por una noche con estas diosas, pero me apena que sólo sea placer, como si fuera lo único —saca al aire una mujer blanca, con pelo negro, con una anatomía física poderosa, con zapatillas color marrón, una blusa rosada y una falda corta negra.

—¿Tú eres...? —le pregunto irónicamente.

—Hola, Kilci, él es mi amigo Emil Cerda, el escritor del que te hablé. Emil, ella es Kilci Betancourt; Kilci, él es Emil —le dice Denise a Kilci, y nos presenta el uno al otro.

—Sí, sé quién es él ya —afirma Kilci, dejando mi mano en el aire, no saludándome.

—Ella es así, Emil, un poco antipática.

—No me interesa —le respondo a Denise, bajando mi mano a su posición inicial.

—Denise, ¿acaso no sabes que traer niños aquí está prohibido? —le pregunta Kilci a Denise, refiriéndose a mi persona.

—¿Y acaso no sabes que no tiene nada de importancia que una mujer soltera venga a un burdel, Kilci? —le responde a Kilci una mujer alta, con pelo rizo, rubia, con anteojos, en tacos, con labios carmesí y lencería pronunciada.

Se enoja Kilci, y le responde:

—Nadie te mandó a opinar, Letty Pérez.

Letty Pérez es una de las prostitutas más pagadas del burdel, amiga de Denise, Lucy, Güinni y de Kilci. Cobra diez mil la noche; es muy cotizada y famosa.

Siempre calza de tacos, es una mujer alta y con palabras chocantes; ama los gatos, lee libros de superación persanal, digo, personal; sonríe constantemente, y es muy astuta.

Ponen la canción de Patogeía, de Sígoura. Es una excelente canción para un lupanar, en verdad pensaba que era un Drink, porque un burdel, con canciones de ese tipo, no lo aparenta.

—¿Y ella, dónde está? —le cuestiona Kilci a Denise.

—Todavía no ha llegado, hoy tal vez venga a la media madrugada, como siempre.

—Me tiene harta, sinceramente que me fastidia cómo se está comportando.

—Sé que ella te gusta —le dice Denise a Kilci.

—¡Qué? ¡¡Ni loca que yo fuera!! Me gustan mucho los hombres —se defiende Kilci.

—Ajá, cómo digas —duda Letty, tomando un vaso de martini espeso que había colocado Lucy, sobre las barras.

—¿Ahora se pondrán a cuestionar la vida sexual de mi amada? —pregunta una chica de la cual me es familiar su voz dulce, parecida a la de una leona.

Retrocedo mi vista, y está aquella chica de cual mi mente habla aún en los valles del olvido. Está abrazando a Kilci, por su espalda hasta llegar a su pecho y tomar sus dos...